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Alfonso Michel

En el balcón, ca. 1947

Oleo / tela
66.5 x 47 cm
AM039

 El tema de la mujer que mira desde el balcón posee una larga historia dentro del mundo del arte, la cual se remite hasta el Renacimiento en que la recreación del espacio tridimensional fue uno de los principales logros de este periodo, con lo cual los personajes representados eran capaces de ser situados en un espacio íntimo y al mismo tiempo en conexión con un paisaje distante que normalmente se abría paso tras una ventana, no obstante, la recreación de un lugar en el que habita una dama que observa con una sonrisa pícara o hasta provocadora fue logrado aún con mayor veracidad en el Manierismo y sobre todo en el Barroco. Precisamente en este momento del devenir de la pintura, nos encontramos con dos grandes referentes de la pintura española que retomaron la imagen de la mujer que apoyada sobre un barandal da cuenta del mundo que se extiende delante de ella, nos referimos tanto a Velázquez como a Murillo, los cuales se vuelven antecedente de la pieza más conocida de este género, Majas en el balcón de Francisco de Goya, el cual inspiraría a su vez, una composición similar por parte de su gran admirador, el pintor francés Édouard Manet.

 Los años en Europa y su profundo conocimiento de la Historia del Arte, llevarían al mexicano Alfonso Michel a no sólo ser un reconocedor de la fama de esta composición, sino a aventurarse a participar del desarrollo y transformación del asunto de la mujer frente al balcón.

 Para 1947, Alfonso Michel tuvo uno de sus años de mayor producción centrado principalmente en figuras de medio cuerpo, de amplias dimensiones, en una combinación entre la estructuración en planos geométricos del cubismo y la monumentalidad de la escultura prehispánica. La mayoría de estos personajes se muestran incólumes y serenos con excepción de dos trabajos, precisamente En el balcón (1947) y Mujer en la ventana (1948), claras alegorías de la melancolía, ya que ambas remiten a la imagen que en Occidente se elaboró y difundió para expresar sentimientos de tristeza y de profunda reflexión, y que fue ampliamente retomada por los pintores realistas de la posguerra para dar cuenta del periodo de reconstrucción que sobrevino a la barbarie.

En el caso de Michel, entre unas cortinas rosáceas con borlas que se muestran abiertas, cual telón de un fondo teatral, aparece una mujer rubia de amplias proporciones, que se muestra abatida; ella recarga su cabeza sobre el dorso de su mano izquierda, misma con la que sostiene una rosa roja, quizá a modo de símbolo de un amor perdido. Tanto su codo como su antebrazo derecho se recargan sobre el travesaño del barandal, que forma un ángulo recto con el abanico, que por la espesura de la pintura, pareciera ser de un material sumamente rígido. La confección del rostro también es de una solidez que remite al neoclasicismo de Picasso, con lo cual vuelve casi estatuaria a la figura; por otra parte, detrás de la mujer surge un extraño prisma decorado con formas orgánicas y una especie de tubos en su parte superior, que en nada remiten al interior de un hogar, sino como en la metafísica y en buena parte de la producción de Michel, el fondo parece acontecer como un tema ajeno al primer plano.

 No obstante, más allá del tema, en similitud con Manet, es el juego de luces y colores lo que más llama la atención, al presentar una paleta y una textura que recuerdan tanto a Rouault como Tamayo, con lo que se confirma que Michel, es un pintor de pintores, es decir, un personaje que absorbió de manera elegante y muy personal toda la vasta cultura visual que le ofrecieron sus largas estancias europeas. El paso de tonos rosáceos y carnes en la piel, así como el juego de azules, blancos y morados en el vestido y en el tocado que recoge su cabello, sin duda nos hace detenernos en los valores plásticos de esta pintura, más allá de la encantadora escena que nos regala el pintor colimense.

Maestro Carlos Segoviano, Colección Blaisten, 2019.

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