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Ángel Zárraga

Paisaje de Bretaña, 1926

Oleo / tela
91.2 x 74 cm
AnZ002

Luego de su relativamente breve periodo de experimentación con el cubismo, Zárraga se sumó gustosamente a la "vuelta al orden" y la práctica de un clasicismo de nuevo cuño que, al finalizar la Primera Guerra Mundial y a lo largo de la década de los veintes, predominó en la creatividad de los artistas europeos, incluyendo a algunos de los vanguardistas más audaces, como Picasso (y acaso justamente por ello). Como contrapeso a la terrible visión de las ciudades devastadas por el sistemático asedio con cañones de alcance larguísimo, y de vastas extensiones de tierras de labranza inutilizadas por la metralla, surgen idílicas versiones de campos feraces y benévolos, remansos de paz poblados por figuras despreocupadas y ociosas. Es una reinterpretación del antiguo mito de la Edad de Oro, pasado por el tamiz de la sensibilidad moderna. Aquí nos ofrece Zárraga una visión de Bretaña muy distinta a las interpretaciones al uso durante los años simbolistas: no la tierra de los "calvarios" y "perdones", habitada por campesinos "visionarios" ocupados en la celebración de sus arcaicos rituales, ni tampoco la Bretaña de las costas inhóspitas, donde los pescadores arriesgan la vida en el desempeño cotidiano de su oficio. La Bretaña de Zárraga es una nueva Jauja: las grandes parcelas resplandecen al fondo con la dorada lozanía de sus mieses; un riachuelo atraviesa el cuadro a un tercio de su altura, y en sus riberas se alzan las copas de los árboles de un paisaje clásico, brindando su abrigo a un grupo de mujeres y niños que juegan, pasean o descansan en el primer plano, confiados en los dones graciosos de la naturaleza (nótese la ausencia de varones). La variedad de sus atuendos, entre antiguos y modernos, a la vez rurales y urbanos, completa la idea de una Arcadia rediviva.

Vid. Fausto Ramírez, Arte moderno de México. Colección Andrés Blaisten, México, Universidad Nacional Autonóma de México, 2005.

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