Con sus humildes comienzos como pastor y arriero, Fernando Castillo es un ejemplo de cómo las Escuelas de Pintura al Aire Libre ayudaron a la educación artística y estética de los grupos sociales tradicionalmente aislados del arte. Quizá heredó de su padre el gusto por la talla en madera y el grabado y lo mejoró con la pintura y el dibujo. En 1928 tomó cursos en centro popular de arte dirigido por Gabriel Fernández Ledesma en San Pablo en la ciudad de México. Aunque su trabajo llegó al Pabellón de México en Sevilla, donde ganó la medalla de plata, tuvo una vida díficil, trabajando como bolero, zapatero, "cargador de muertos" en un hospital y empleado en la galería de arte de la Secretaría de Educación. Murió de tuberculosis siete años después que el Centro de Arte Popular de San Antonio Abad cerró en 1933. Sólo un puñado de sus obras sobrevive, cuidadosamente guardadas por coleccionistas privados.