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Juan Soriano

Retrato de Lupe Marín, 1962

Oleo / tela
170 x 75 cm
JS001

Dominado por una paleta de violetas, cerúleos, carmines y ocres, que se invaden y se diluyen, sobre los cuales se percibe una figura dinámica, esbozada apenas por una red de finas líneas obscuras, el Retrato de Lupe Marín de la Colección Blaisten, forma parte de uno de los momentos más trascendentes de la carrera de Juan Soriano, así como de una época marcada por las transformaciones que sufrió la pintura mexicana, en su transición de lo moderno a lo contemporáneo.

 Desde los años 50, los lienzos de Soriano junto a los de Carlos Mérida, Rufino Tamayo y Gunther Gerzso, llevaron a la figuración en México, a ser ajena a cualquier aspiración de una imitación estricta de la realidad, con lo que se manifestaron como una clara oposición al realismo social e historicista propugnado por el muralismo y defendido férreamente por el Estado como expresión propia de lo mexicano. No obstante, cuando la obra de Soriano parecía formar parte de la nueva abstracción que comenzaban a defender los jóvenes artistas conocidos posteriormente como la Ruptura, Soriano decidió dar un giro inesperado a su quehacer artístico, al retomar la figuración, pero sin perder las formas fluidas y los colores resplandecientes y fluorescentes que su paleta adquirió tras viajar a Roma y Creta.

 Para dar cuenta de esta transformación, Juan Soriano presentó en 1962 en la Galería Misrachi, la muestra “Retratos de Lupe Marín”, conformada por 14 óleos, 28 acuarelas y dibujos, así como 9 carboncillos y una escultura. Para el catálogo de dicha exhibición, Octavio Paz escribió una introducción, en la que destacó que la pintura de Soriano mostraba precisamente un importante regreso a las formas y al mismo tiempo, encarnaba una colección de visiones alucinantes.

 Para Paz, Soriano representó a la musa y literata tapatía, con mayor crueldad y al mismo tiempo con más ternura que como lo hiciera su expareja Diego Rivera, en el famoso retrato de Marín de 1938 que forma parte del acervo del Museo de Arte Moderno, del cual destacan las grandes manos de Lupe, sus ojos verdes y un dejo de fantasía al estar colocada junto a un espejo que replica su imagen. No obstante, Soriano para los años 60, utilizó una serie de colores fantásticos, como un poeta que más que trasladar la fisonomía de un personaje al lienzo, construye a través de fragmentos de su memoria, una composición delirante, como si manifestara una devoción hacia una deidad, en este caso para Paz, la de Lupe Tonantzin.

 Por eso es que Marín como diosa femenina es ataviada por Soriano con orejeras prehispánicas, mientras su frente adquiere la forma de masa encefálica en referencia a los pensamientos milenarios que carga y que difícilmente adivinaremos, a la par de que sus ojos se nos muestran distantes, como las cuencas vacías de las esculturas antiguas que nos impresionan, nos aterran y sin embargo, Lupe Marín no deja de ser una mujer moderna que viste amplia falda y luce tacones altos, mientras parece danzar como una mariposa que agita sus alas, pero al final, ella se ubica en un universo ajeno a nosotros, un espacio resplandeciente, repleto de violentos colores, como los de una aurora boreal.

 Para el escritor español Max Aub, justo esta serie expresa como la pintura para Soriano a partir de la segunda mitad del siglo XX, se ha vuelto en el milagro de ver las cosas con otros ojos, en este caso, una mujer espiada desde diversos ángulos, que pase al gran festín de colores con que Soriano la ha representado, es imposible reducirla a un cuadro abstracto, a una imagen inteligible, pues Soriano no pretende engañar a nadie, ya que no queda duda alguna, de que nos enfrentamos a la excepcional, Lupe Marín.   

 Por su parte, Juan García Ponce atestiguó haber visto como Soriano desde aproximadamente dos años antes de la exposición, comenzó a trabajar obsesivamente diversas versiones de la imagen de Marín. Pese a su distanciamiento de un mexicanismo obvio, Soriano encontró en Lupe una alegoría nacional que va desde los pasos iniciales de ambos por Guadalajara, conectados a la riqueza cromática de la cultura popular, hasta los grandes personajes que en la capital del país, construyeron el arquetipo moderno de lo mexicano, entre ellos, varias mujeres que rompieron con las permisividades y obligaciones que su época les imponía. Por ello, en este retrato lleno de movimiento, Marín se alza como una mujer rebelde, símbolo de la vida, de la fuerza y el dolor en que asientan las bases de la idiosincrasia de este país y sobre las cuales, forjaron una vida alrededor del arte, la imponente Guadalupe Marín y el pequeño virtuoso Juan Soriano.

 

Dr. Carlos Segoviano, Colección Blaisten, 2020.

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