Oleo / tela
70 x 100 cm
RA004
El género de la naturaleza muerta en pintura abarca objetos inanimados de la vida diaria. Su objetivo fundamental es constituir un ejercicio compositivo donde el artista afinará su habilidad técnica para construir escenas. La naturaleza muerta puede ser una celebración de los sentidos, una invitación a los placeres sensuales o una advertencia sobre lo efímero de la existencia. Por otra parte, a veces son solamente arreglos formales de intención ?neutral? cuyo único objetivo es la experimentación del pintor en dos dimensiones. Este cuadro de Raúl Anguiano es además un doble manifiesto plástico. En primer lugar, rechaza el surrealismo en boga luego de la visita de André Breton a México en 1940, y después glosa a un artista activo e influyente para las artes plásticas de la década de 1880. En su libro De lo espiritual en el arte (1912), Vasily Kandinsky decía que nadie lograba armonizar un conjunto mejor que Paul Cézanne, y es justamente a Cézanne ?el padre fundador de una actitud moderna en la pintura de caballete- a quien Anguiano cita directamente en esta pintura. Aunque pareciera una pieza de ejecución simple, la escena construida por Anguiano requiere que se la mire con detenimiento. El pintor sigue con cuidado una lección donde hace falta deformar la línea y subvertir los colores de la realidad, para mostrar -luego de horas examinando la escena y gracias al trabajo atento del pincel y la mirada- como los objetos se complementan unos a otros formando un conjunto agradable a la vista. La intención es mirar con ojos de pintor, mucho más a la luz un tanto gris que domina la escena y menos a la particularización de cada fruta o de la jarra. De modo tal que podamos imaginar y reproducir el proceso creativo y la contemplación necesarias para abstraerse y sentir la escena.